La ciencia colaborativa comienza en el pregrado

Para hacer honor al contenido de esta columna, la he escrito en colaboración con el Dr. Pablo González (académico de la P. Universidad Católica, www.imii.cl, http://biologia.uc.cl/es/cuerpo-academico/profesor/31). Junto al Dr. González, hemos desarrollado una larga trayectoria de colaboración que partió durante nuestras tesis de pregrado y actualmente continúa -aún cuando nos encontramos en instituciones diferentes- gracias a que ambos somos parte del Instituto Milenio en Inmunología e Inmunoterapia, cuya alma mater es la colaboración científica.

Desde hace ya varios años venimos escuchando algunas “cualidades ideales” que debieran tener los científicos. Las que más han hecho eco en el último tiempo en nuestro quehacer científico y que escuchamos a menudo en proyectos, reuniones de laboratorio, congresos, clases, e incluso de la boca de nuestros pares más cercanos, son “networking” e interdisciplinaridad. En esta pequeña nota, nos referiremos al incremento mundial en la mención de “networking” y cómo esta debiese ser promovida tempranamente en las carreras científicas. En efecto, esta actividad se ha transformado en un aspecto fundamental de nuestro quehacer científico.

¿Que es el networking? ¿Es algo nuevo? Networking es simplemente la creación de redes de colaboración y está muy lejos de ser nuevo. Sí ha ido en aumento (afortunadamente) durante estos últimos años y se le ha atribuido gran importancia para nuestra labor científica. Sin el afán de detenernos en la historia pasada del trabajo colaborativo en el ámbito de la ciencia, es evidente que este ha contribuido a grandes resultados científicos y no-científicos, desde el diseño de un teléfono inteligente, hasta vacunas, además de un efecto catalizador para la interdisciplinaridad, la cual acerca partes que tal vez no interactuarían.

Hoy en día existe una tendencia mundial muy evidente asociada al incremento en el número de participantes en publicaciones, proyectos y estudios científicos. Estadísticas basadas en datos de Pubmed evidencian, por ejemplo, que existe un incremento de 5 veces en el número de autores por artículo desde 1913 (gruesamente se ha pasado de 1 a 5 autores por publicación en 100 años) y que esta tendencia se proyecta al alza con 8 autores promedio por artículo para el año 2034. Actualmente, el estudio científico con mayor número de autores (colaboradores) corresponde a un artículo de 2015 con 5.154 autores (Phys. Rev. Lett. 114, 191803 (2015)).

El incentivo a la formación de redes de colaboración se evidencia a todo nivel, tanto en las universidades y organizaciones especializadas sin fines de lucro, como en Nexos Chile-USA y ScienceAlliance (New York Academy of Sciences), hasta en empresas dedicadas específicamente a esta actividad (tales como LinkedIn, Biowebspin y ResearchGate, entre otros). Todas estas instituciones coordinan activamente seminarios y talleres para incentivar el estar en conocimiento e interactuar con otros y con ello conducir a la formación de redes de colaboración, sea por afinidad o bien por complementariedad. Es en efecto esto último lo que estas redes de colaboración más buscan impulsar: la complementariedad de expertises entre grupos, cercanos o no, que puedan contribuir a enriquecer, facilitar o desarrollar una labor particular.

Aún con todas estas facilidades disponibles para crear redes de colaboración, muchas personas aun se cuestionan el tener “habilidades blandas” para poder formar estas redes, o se preocupan demasiado de conocer a “suficientes” personas en su ambiente profesional para formarlas. Ambas preocupaciones son válidas.

Desde nuestro punto de vista, la mejor manera de lograr formar estas colaboraciones es de manera natural, con tiempo. Ello puede lograrse y fortalecerse desde el pregrado, con un espíritu y una forma de hacer ciencia que sea colaborativa. Uno de los propósitos de esta columna es desmitificar la aparente dificultad de realizar networking. Esta aparente dificultad ha llevado incluso a la creación de talleres o cursos para “hacer networking”. Sin embargo, a nuestro juicio realizar networking no requiere cursos, diplomados ni expertise particular. Esta debe ser considerada una tarea inherente al trabajo científico que debe ser estimulada tempranamente. A nuestro juicio, el trabajo colaborativo debe ser estimulado de forma que sea una actividad natural.

El adquirir y afianzar una actitud colaborativa durante el pregrado/tesis de doctorado es fundamental para el impacto de toda la carrera científica. Las redes adquiridas durante este periodo serán multiplicadas exponencialmente en los años venideros, logrando afianzar una red muy amplia al momento de convertirse en investigadores independientes. Es clave también que los académicos no solo fomenten esta actividad, sino la premien o retribuyan cuando sea posible, como con en el reconocimiento de autorías. Es tarea de mentores, profesores y directores de estudios promocionar las colaboraciones científicas como una labor inherente del ámbito científico con un afán constructivo de bien común que promueva la conclusión de mejores trabajos y al enriquecimiento profesional.

En nuestra experiencia personal, las redes de colaboración se han multiplicado al afianzar y valorar las existentes. Esto partió desde que realizamos nuestras tesis de pregrado-postgrado, donde nuestro grupo de laboratorio, nuestros compañeros de clases y nuestros profesores/mentores, representaron una plataforma para la multiplicación exponencial de contactos y potenciales nuevos colaboradores. Vivimos inmersos en este ambiente, por lo que el networking no debiera ser una tarea difícil. Solo hace falta abrir la mente y comenzar a colaborar, al nivel que sea, para fomentar una habilidad que es necesaria hoy en día.

Columna publicada inicialmente en el sitio web redbionova.com

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